Aunque siempre pensé que eras una maldición, querida enfermedad, hoy decidí verte con los ojos del amor. Anteriormente te odiaba y maldecía, creyendo que habías llegado a perturbar la paz que tenía en mi vida. Sin embargo, siempre te acepté.
Haz sido una bendición disfrazada, ya que tu presencia en mi vida me ha enseñado a valorar y apreciar el regalo más preciado: la vida. Aunque te manifestaste en mi cuerpo, eres un recordatorio milagroso de la importancia de vivir en el presente y de encontrar la paz interior.
Te doy las gracias por las lecciones que me has enseñado, enfermedad. Te amo y te honro por el papel que has desempeñado en mi crecimiento personal.
Así que, después de reflexionar y aprender de ti, finalmente hoy te digo adiós. Estoy sano, libre de tu influencia en mi vida. Me despido de ti con gratitud y paz, sabiendo que he crecido y sanado gracias a nuestra experiencia juntos. Adiós, enfermedad.